Sobre lo necesario y la verdadera necesidad




“Se llama ‘necesario’ a aquello que es la causa cooperante sin la cual es imposible vivir. Así la respiración y el alimento son necesarios para el animal. Sin ellos le es imposible existir. Lo constituyen aquellas condiciones sin las cuales el bien no podría ni ser ni llegar a ser, o sin las cuales no se puede ni prevenir un mal ni librarse de él. La necesidad envuelve la idea de algo inevitable y, con razón, porque es lo opuesto al movimiento voluntario y reflexivo. Además, cuando una cosa no puede ser de otra manera de cómo es, decimos: es necesario que así sea. Y esta necesidad es, en cierta manera, la razón de todo lo que se llama necesario” (Aristóteles).

Como podemos observar, Aristóteles utiliza el concepto de lo necesario para referirse a lo inevitable o imprescindible; lo que choca directamente con el deseo. Este concepto lo utilizaré como una base  una categoría más amplia, de carácter obligatorio, relacionándolo con lo que entendemos por “necesidades primarias o fundamentales”.  Pueden entenderse como aquellas que, si no cumplimos, afectan directamente a nuestra salud y a nuestra vida. Por el simple hecho de ser humanos, tenemos derecho a que estas necesidades sean cubiertas si carecemos de ellas, o bien a que se faciliten todos los recursos necesarios para que podamos cubrir ese mínimo. Este mínimo es necesario para nuestro desarrollo fundamental como seres sociales y para mantener la igualdad entre los distintos miembros de la sociedad. Procediendo al desarrollo de las “necesidades fundamentales”, podríamos identificar: la salud universal, la educación, la alimentación y las pensiones, y demás garantías de ayuda a nuestros mayores. Todo esto, dentro de un entorno igualitario y pluralista, donde estos derechos se eleven a un estatus de invulnerabilidad. También es necesario que se defiendan no solo en el propio entorno, sino de cara al exterior. Requerimos para ello de un compromiso fuerte, sentido común, justicia social y voluntad política. Por tanto, la finalidad o misión primera del Estado no es otra que garantizar el bienestar de sus ciudadanos. Misión ligada al desarrollo de sus cualidades en un entorno de valores positivos que rijan y guíen la acción de la sociedad como un ‘todo’ (igualdad, libertad y solidaridad). Este aspecto es totalmente imprescindible, ya que si los individuos no tienen espacios democráticos donde compartir sus opiniones en libertad, la sociedad se verá abocada al estancamiento. Y no solo hablamos de la libertad de opinión, sino del respeto al pasado (memoria histórica) y el blindaje de la democracia como forma de gobierno fundamental. Sin embargo, todo esto que hemos comentado no es un deber, sino un derecho inalienable que surge de las necesidades más primitivas e históricas del ser humano. Ya que el origen de estas necesidades reside en nuestra propia naturaleza, no podemos renegar de ellas. En el interior de su alma, todo ser humano la demanda. No debemos permitir por tanto que el egoísmo y el darwinismo social permeen en nuestra sociedad, pues esto solo nos deshumaniza y convierte la vida diaria de las personas en una guerra perpetua.

El neoliberalismo nos dirá que los planes de vida de cada uno (intereses particulares) están por encima del interés general. Y no es necesario imponer una sola idea de interés general para toda la sociedad, basta con combinar cierto margen de libertad individual con el derecho inalienable de vivir en unas condiciones mínimas. Realmente, estos principios no se yuxtaponen completamente, porque, ¿qué es la libertad para los desposeídos? ¿Pueden ejercerla del mismo modo que el resto si no consiguen un mínimo de recursos necesarios para sobrevivir? Con toda seguridad: no. Es por eso que es de vital importancia defender lo realmente necesario, ante una ley de mercado (“beneficio propio”) que pretende extenderse hacia todas las esferas de la sociedad. Para avanzar como tal, debemos evitar que este antivalor se propague al resto de esferas, tal y como defendía M. Walzer. De lo contrario, la “ley del más fuerte” hará surgir una oligarquía que impondrá su voluntad al resto (oligarquía de mercado), haciendo que la libertad individual se vea cada vez más restringida. Es lo que llamo la “paradoja de la libertad”: este valor es necesario de por sí y no podemos prescindir de él, pero si se ejerce de una manera radical y sin ningún control, debido al desorden y la guerra perpetua entre los individuos, al final termina aniquilándose a sí misma. Esto sucede porque, como he dado a ver anteriormente, al final quien triunfa en un estado de libertad absoluta es el más fuerte. Y el más fuerte termina oprimiendo al resto porque no existe ninguna manera de garantizar que los más fuertes serán bondadosos con los más vulnerables, o que tendrán un sentido desarrollado de la solidaridad. Aunque parezca extraño, no estamos muy lejos de esta distopía. Es por eso que debemos salvaguardar las “necesidades fundamentales”, unidas sin excepción a valores democráticos. Porque no se trata de más o menos Estado, sino de más o menos sentido común, de evitar el abuso de poder. 

Entrando en un terreno más emocional, existe otra necesidad primaria muy importante, difícil de medir pero indispensable para cualquier sociedad. Se trata de la felicidad. Puede parecer absurdo u obvio, pero es un factor que muchas veces pasamos por alto. Si bien es cierto que está íntimamente relacionado con las necesidades fundamentales que hemos tratado anteriormente, la satisfacción de estas no garantiza su alcance. Ahora bien, de forma breve, ¿qué es lo que necesita el ser humano para alcanzar la felicidad? Que disponga de tiempo suficiente para el ocio. El ser humano no debe vivir para trabajar, debe trabajar para poder vivir, asegurando unas condiciones mínimas, y esto requiere del respeto del derecho al tiempo libre, la vida en familia y la privacidad. El trabajo no puede invadir la vida privada del individuo, debe haber una separación entre el trabajo y el tiempo que el individuo dedica a sí mismo. Entonces, el ser humano, para ser feliz necesita que se garantice su desarrollo espiritual. Y esto se consigue, en primer lugar mediante una educación igualitaria, pública y de calidad. Pues cuando el humano recibe el conocimiento y la capacidad crítica se libera de las ataduras que le imponen las tradiciones nocivas, la cultura imperante y el pensamiento único. Sin embargo, esto no se logra de forma efectiva hasta que no se desarrolla cierto “amor por el conocimiento”. Si hay algo que el ser humano repudia es hacer algo a disgusto. Por ello, el aprendizaje debe ir de la mano de una enseñanza encaminada a hacer que las personas puedan emprender el vuelo por sí mismas en el terreno del conocimiento que más les apasione. También hay que hacer hincapié en que la educación sea pública porque, si todos no acceden en condiciones de igualdad al conocimiento, al final solo un grupo reducido lo monopolizará y lo utilizará en contra de aquellos que no lo tienen, engañándolos u oprimiéndolos. En segundo lugar, debemos promover el acceso a la cultura y al arte*, ya que lo material por sí solo no llena el vacío de las almas. Lo cultural está íntimamente relacionado con la forma de ser de nuestra sociedad, su esencia y su historia. Dar a conocer esto a la población la hace más consciente de los lazos que existen entre sí y a la misma vez sirve como una forma de ocio. Por otro lado, el arte sirve como forma de liberación, nos permite expresarnos ante el mundo y alcanzar la inmortalidad. El arte es la única manera de vencer al tiempo.

Ahora bien, para concluir con este apartado podemos decir que existen factores que nos hacen perder de vista el horizonte de las verdaderas necesidades. En su mayoría son factores que a priori no podemos controlar o que nos vienen impuestos por las élites como pueden ser: problemas de carácter personal, crisis económicas o lo que llamo “necesidades ficticias”.

Necesidades ficticias o falsas
Podríamos definir las necesidades ficticias como lo realmente prescindible, aquello que no es fundamental para garantizar el bienestar material y el desarrollo espiritual y cognitivo del ser. Según declara Noam Chomsky en su documental Requiem for the american dream, al contrario de lo que dicen las teorías económicas tradicionales, que defienden que se pretende crear un consumidor informado que tome decisiones racionales, lo que de verdad busca la publicidad y el mercado es un consumidor desinformado que tome decisiones irracionales y espontáneas. Esto influye en lo que consideramos como “necesario”. Al tenernos desinformados e irracionales, procuran crear más y más necesidades en nosotros, independientemente de si son de verdad necesarias o no, es decir, crean necesidades ficticias. “Debes consumir X producto no porque lo necesites, sino porque al tenerlo obtendrás un mayor reconocimiento, popularidad, etc., por parte de la gente que te rodea”. La publicidad y el valor que se da a algo por la mayoría de la sociedad influyen en nosotros y en nuestra conducta como animales sociales que somos. Las dinámicas consumistas del mercado tienen como objetivo hacernos creer que necesitamos cierto producto o servicio aunque en realidad en la mayoría de los casos no sea así. Estas dinámicas orientan los deseos del ser humano hacia las necesidades ficticias, que nos mantienen distraídos de lo verdaderamente importante: las necesidades primarias o fundamentales. Esta distracción se ejerce mediante varios medios, pero fundamentalmente debido a dos factores relacionados entre sí: la cultura de la acumulación y el estatus. La cultura de la acumulación, promovida enérgicamente por el mercado, consiste en el valor de la acumulación, es decir, cuanto más tienes más vales y mejor percepción social recibes. Esto se puede comprobar fácilmente en la gran industria musical: en muchos casos se asocia la idea de tener talento con la posesión de dinero y todo tipo de lujos. El artista pasa entones a tener una doble condición: persona con talento y persona dotada de poder, lo cual es muy peligroso, ya que esta autoridad puede calar en el ámbito moral y la repercusión de este tipo de mensajes es cada vez más incontrolable debido a las redes sociales. Se promueve así, una concepción de vida buena ligada a la fiesta, el dinero, las drogas,… Aspectos puramente materiales y superficiales. Se dice que para alcanzar el éxito en la sociedad debes ser como esa persona, que solo muestra en sus videoclips lo que ha conseguido gracias a todo el dinero que se ha gastado. Así, se brinda más importancia a la imagen que uno muestra en base a lo que posee que a lo que esa persona puede aportar a la sociedad. Digamos que determinados tipos de música hoy en día se han convertido en un medio para enriquecerse y alcanzar una buena posición social, más que en un hobbie o una forma de liberación.

Aquí encaja pues, el concepto de “estatus”, que yo identifico como las diferentes posiciones que socialmente se establecen entre las personas según su popularidad y su imagen. Un reflejo sutil de esta realidad son las “marcas”. El poseer un producto que tenga un gran valor económico, independientemente de si tiene un nivel de calidad igual o peor que otro producto más barato, es considerado como una demostración de superioridad, que bien podría resumirse en la frase “yo me puedo permitir esto y tú no”. En otras ocasiones, se quiere adquirir un producto más por la fama que tiene que por el beneficio que pueda aportarnos. Por este motivo, tienen tanta popularidad determinadas marcas, porque actúan como un seña de identidad que determina el estatus (aunque “la marca” no es el único elemento que lo determina). Se nos induce la idea de que si no poseemos determinados productos, los cuales debemos ir renovando con el tiempo, nos encontramos en un estatus inferior.  Nos condenan a la infelicidad y avivan nuestros complejos para que nuestro verdadero ser muera en el camino hacia una imagen “socialmente aceptada”.
                                                                                                                                        - Chakal



*Notas: Esto es un ensayo general, pero pueden estar tranquilos, porque dentro de mi concepción de "arte" y de "cultura" no entra la tortura que suponen las corridas de toros ni las demás tradiciones propias de tiempos medievales relacionadas con esto. 




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