Armonía

 Dilucido el paraíso que se erige

sobre el oscuro bosque de mis miedos,

parece tan lejano, es para mí tan ajeno

como el destello que se esfuma en el noble cielo.


Un momento, como un cuerpo celeste

y centelleante, se petrifica en el tiempo

hasta que el corazón olvida cómo sentirlo 

para volver a colapsar de nuevo.


La figura deiforme de la destrucción

está presente en cada lugar recóndito

de nuestras almas, nuestros sueños,

el débil contorno que separa nuestro ego

de la superficialidad de lo ilógico.


A veces el destino nos enseña 

que aquello más deteriorado, 

más agravado y caótico,

en realidad se nos representa 

como el bello fluir de la simbiosis 

y de lo armónico.


Hay muros de cristal que no se pueden derribar,

que permanecerán ahí aunque podamos verlos.

Es por eso que,

aunque diseccionemos los sentimientos,

quizás nunca lleguemos a entendernos.




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