?

  Dibujo de: Juan Carlos Alvaro Saenz

Hoy me he levantado con ganas de echar la vista hacia atrás y contemplar mi pasado, ese pasado que se hace tan presente en mi día a día. Hablo de aquellos años donde vagaba por la vida como un sonámbulo, como si vivir fuese una condena. Vivir pensando que nunca elegí venir a este mundo, ni ser quien soy. Vivir sintiendo que no estás donde debes estar, que no perteneces a este mundo o que este mundo directamente no quiere que pertenezcas a él. Esta sensación escapa al entendimiento de muchos, solo los verdaderos lobos la entenderían. Y no somos pocos quienes la hemos sentido y abrazado, lo que pasa es que estamos silenciados. Ahora bien, a pesar de que eso forma parte del pasado, no puedo negar esa parte de mí. No puedo vivir de espaldas a ella, porque tarde o temprano se muestra ante mí como luces intermitentes en mi retina.

El relato corto que os traigo en el día de hoy marcó un antes y un después en mi vida. Tiene un significado muy personal para mí y me costó bastante escribirlo por lo que no lo publicaré tanto como otros artículos. Con esto estreno mi sección "Literatura y Relatos" del blog. En fin, no me quiero extender más, el resto lo dejo a vuestra interpretación. [Este relato fue publicado el 15 de abril de 2019 en mi cuenta de WattPad (@JayBliz) y pertenece a mi obra "Al borde del ocaso". Lo he editado un poco, ya que hace bastante tiempo que lo escribí].

Solo sé que estaba tumbado sobre un prado verde, mirando al cielo y escribiendo mis sueños en las nubes, como si pudiera tatuarlos en una superficie tan volátil. Como si al dibujarlos en esa superficie se pudiesen cumplir inmediatamente. Como si no se fuesen a desvanecer nunca.
¡Qué ingenuo de mí!

El tiempo pasaba sin dolor alguno en aquel lugar. Incluso daba la sensación de que cada minuto allí me haría más longevo. Pude por un momento dejar de sentir mi cuerpo como parte de mi ser.

—"Lo material, todo es prescindible"—pensé.

De repente, sin ni siquiera percibir movimiento, una voz surgió justo detrás de mí.

— ¿Qué haces aquí? — suspiró una voz, con un tono que inspiraba curiosidad y calidez.

Todo era demasiado extraño, de un momento a otro sentí como mi cuerpo se inmovilizaba. Por más que lo intentaba, no podía girarme para ver claramente quién me hablaba. Lo único que pude descubrir en ese momento es que se trataba de la voz de una mujer joven, una voz que se fundía con la brisa del viento hasta el punto de parecer la misma cosa.

— ¿Quién eres? —pregunté en voz baja.

— Eso no importa, lo que importa es porqué estás aquí.

— Realmente no lo sé, solo vine aquí para desconectar del mundo. Vine buscando algo, y ni siquiera sé de qué se trata. Puede que solo quiera encontrar respuestas pero, ¿cómo voy a encontrarlas si ni siquiera sé las preguntas?

— Bien, entonces vamos a jugar a un juego. Yo hago preguntas y tú solo te limitas a responder. ¿Te parece bien? —dijo mientras se acercaba a mí.

— Adelante —respondí decidido.

Pude sentir en ese preciso instante cómo se sentaba suavemente justo detrás de mi cabeza, que seguía recostada en el prado. Percibí su aroma, un aroma suave, similar a la primavera, al florecer de las cosas, a naturaleza. También noté la brisa que emanaba de ella. No solo era su voz, era su esencia, acariciando mi cabello.

— ¿Qué es para ti la vida? —preguntó de forma tajante.

— Un cúmulo de desgracias e infortunios. Solo injusticia, destrucción y fría estrategia —respondí con total seguridad, como si siempre hubiese estado esperando esa pregunta.

— Si tanto es así, ¿por qué estás vivo? ¿por qué continuas aquí? —preguntó preocupada.

— Realmente tengo mis motivos. Antes vivía sin saberlo, perdido y viajando sin rumbo. Sentía y sigo sintiendo que no pertenezco a este lugar. Pero ahora creo acercarme poco a poco al porqué de las cosas.

— ¿Cuáles son esos motivos?

— Una de las razones que me hacen estar vivo es, en parte, la misma que me hace odiar este mundo.

— ¿...?

— La gente. Veo demasiado mal allá donde quiera que mire. Sin embargo, es la sonrisa de una persona, el simple hecho de salvar su vida o ayudarle a salir de la cárcel de tristeza en la que se encuentra, lo que supone para mí un motivo de felicidad absoluta. Hacer feliz a la gente que me rodea y sobre todo a quien lo merece. Creo que es una de las razones por las que estoy aquí. Si alguna vez me pasase algo, temería más por no volver a ver a los míos que por mí mismo. El no poder volver a ayudarles, el sufrimiento e impotencia que eso podría causarme... Eso sería sin duda lo peor.

— ¿Podrías decir entonces que lo único que te une a este mundo son determinadas personas? —preguntó dubitativa.

— No exactamente. También la música me hace sentir vivo. Creo que la música es una de las más puras expresiones artísticas. Me atrevería a decir que incluso trasciende más allá de este mundo, es un escalón más elevado. La música es capaz de unir a las personas en torno a un sentimiento. Su amor es puro, puedes recurrir a ella siempre que quieras. No te pedirá nada a cambio. Puedes descubrirla, interpretarla, crearla, y formará parte de ti. No puedo olvidarme tampoco de las ideas. Es el motor capaz de cambiar el mundo y de combatir la injusticia. Un motor de cambio, de progreso, pero también de retroceso. Impulsando ese motor quisiera yo cambiar tantas cosas de la realidad... Pero vivimos entre mil muros que nos rodean y filtran todo lo que nos llega de fuera, en un mar de intereses y egos que se contraponen, haciendo del diálogo una conversación de mudos. Quiero emprender el camino, pero tengo miedo de que ese camino me consuma y se lleve todo lo que hoy día soy. Temo que todo esfuerzo sea inútil, pero quiero por otro lado luchar. No quiero entrar en su juego, pero quiero cambiarlo. Estoy perdido en una dualidad eterna, a la espera de que uno de los dos bandos se alce con la victoria.

— ¡Creo que ya es suficiente! —dijo de forma alegre.

— ¿Ya está? ¿Ya has terminado con el juego?— pregunté extrañado.

— Sí. Ya sé todo lo que quería saber de ti y tú también pareces haber descubierto todo lo que querías saber, no necesito más.

— Sin embargo yo no sé absolutamente nada de ti —dije mientras notaba que iba recuperando poco a poco la movilidad del cuerpo, empezando por las manos y los pies. Y más tarde extendiéndose al resto del cuerpo.

— Pero has conseguido lo más importante, necesitas darte cuenta de ello. Ahora, el cambio está dentro de ti y florecerá según lo cuides. A veces, solo necesitamos plantar la semilla que haga crecer nuestra voluntad. Ninguna flor nace de tierra estéril. Aprovecha el momento, pero no dejes que este te consuma.

Noté como poco a poco se levantaba de mi lado. Algo de mí sabía que ya se iba a marchar. El final se acercaba. Me invadió una sensación de melancolía y miedo, como cuando un niño pequeño se separa de su madre. Y es que, si hubiese dependido de mí, me habría quedado allí para siempre.

Poco a poco recuperé la movilidad de mi cuerpo hasta casi entrar en un estado de normalidad. En un intento desesperado para que se quedase un poco más, me giré y le pregunté en voz alta:

— ¿Podrías aunque sea decirme tu nombre? ¡Por favor!

Ella se encontraba de espaldas a mí, de modo que solo pude apreciar el perfil de su rostro y su exótica vestimenta antes de que desapareciese por completo. Ese instante probablemente duró dos segundos, pero en mi mente se sintió como si hubiese pasado horas ante esa imagen, como si de una obra de arte se tratase. Su vestido estaba formado por las flores del cerezo y su cabello se mostraba blanco como la Luna. Girando su rostro levemente sin mostrarlo al completo me miró, formuló su respuesta y se desvaneció junto al viento de la primavera.


Comentarios

Entradas populares